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martes, 27 de julio de 2010

La cosas claras

Siempre ha sido fundamental tener descendencia pero la trascendencia del hecho aumenta si la familia en cuestión es poderosa y el destino de su legado depende de la existencia o no de un vástago (¡Que se lo digan a Borja Thyssen!).

El caso que nos ocupa ocurrió en 1490, la parturienta era Isabel de la Caballería que pertenecía una familia de mucha importancia en el reino de Aragón. Os explico la situación: Isabel ha quedado viuda estando embarazada de su marido Pedro de Francia. Ella insiste vehementemente en la presencia notarial y de testigos válidos para que den fe de su parto y que se elabore un documento notarial que pruebe que está embarazada y que va a tener un niño. Os lo podéis imaginar: toda la herencia dependía de que ese niño naciera realmente. (¡Uff, esto parece un programa de corazón!).

La sala donde la susodicha iba a parir se llenó de testigos, comadronas, notario... Se registró toda la estancia para demostrar que no hubiese un niño o niña escondido y se diera el cambiazo suponiendo que el embarazo fuera ficticio. Incluso se invitó ,a quien quisiera, a ver cómo el cordón umbilical unía al neonato y a la madre tras el parto.

Finalmente, en documento oficial, el notario nos asegura que ha habido nacimiento y que el género del bebé. Utiliza estas palabras, clarificadoras como ellas solas, para indicarnos que el niño tenía todos los miembros masculinos que los hombres deben tener:

senyaladament su miembro y companyones, alias vulgarment clamados pixa y cogones. (Bonito, pareado)