
El caso que nos ocupa ocurrió en 1490, la parturienta era Isabel de la Caballería que pertenecía una familia de mucha importancia en el reino de Aragón. Os explico la situación: Isabel ha quedado viuda estando embarazada de su marido Pedro de Francia. Ella insiste vehementemente en la presencia notarial y de testigos válidos para que den fe de su parto y que se elabore un documento notarial que pruebe que está embarazada y que va a tener un niño. Os lo podéis imaginar: toda la herencia dependía de que ese niño naciera realmente. (¡Uff, esto parece un programa de corazón!).
La sala donde la susodicha iba a parir se llenó de testigos, comadronas, notario... Se registró toda la estancia para demostrar que no hubiese un niño o niña escondido y se diera el cambiazo suponiendo que el embarazo fuera ficticio. Incluso se invitó ,a quien quisiera, a ver cómo el cordón umbilical unía al neonato y a la madre tras el parto.
Finalmente, en documento oficial, el notario nos asegura que ha habido nacimiento y que el género del bebé. Utiliza estas palabras, clarificadoras como ellas solas, para indicarnos que el niño tenía todos los miembros masculinos que los hombres deben tener:
senyaladament su miembro y companyones, alias vulgarment clamados pixa y cogones. (Bonito, pareado)